Estaba tumbado en la cama leyendo una novela de misterio, a pesar que el reloj despertador indicaba más de media noche. Miguel notaba que le picaban los ojos desde hacía un buen rato, pero no quería apagar la luz de su habitación e intentar dormir hasta tener la certeza de que caería rendido en un profundo sueño.
Pretendía evitar que su imaginación volara rozando las curvas de Anna, la nueva secretaria de la empresa donde él trabaja desde hacía un par de años. El motivo de su inquietud se debía a que la muchacha derrochaba simpatía hacia Miguel desde el mismo instante que fueron presentados y más de una vez la descubrió mirándole de reojo. El muchacho no se sentía especialmente atraído por su nueva compañera, pero aquel día no le quedó más remedio que preguntarle por cierto material de oficina que necesitaba. La chiquilla rebuscó sin éxito en los cajones de su mesa y en las mesas desocupadas de sus compañeras, que en aquel momento estaban ausentes de sus puestos de trabajo. Frustrada, la joven continuó la búsqueda en el armario de la fotocopiadora y al agacharse, Miguel pudo comprobar que Anna llevaba ropa interior que dejaba poco a la imaginación. Finalmente la muchacha le entregó todo lo que él le había pedido luciendo una sonrisa triunfal. Sin pensarlo dos veces, Miguel le propuso una cita, ya que no pudo resistir la tentación de conocer mejor a una chica tan adorable y resuelta.