miércoles, 17 de febrero de 2016

Sin saber qué hacer


Nada más llegar a casa, dejo mis llaves sobre la mesita del recibidor, enciendo el televisor de plasma y me siento en el sofá. Comienzo a cambiar de canal sin hallar ningún concurso, película o documental que capte mi interés. Mi mujer siempre solía elegir sus programas favoritos.
Me levanto del sofá, voy a la cocina y abro la nevera para ver lo que hay; al cabo de unos instantes la cierro sin coger nada de su interior.
Salgo de la cocina, me dirijo al cuarto de baño y me bajo los pantalones con la esperanza de poder evacuar. Menos mal que siempre tengo una revista a mano, pues he podido ojearla por completo antes de expulsar un misero pedo.
Me levanto del retrete, me subo los pantalones y regreso a la cocina. Abro la nevera para ver lo que hay y al cabo de unos instantes la cierro sin coger nada de su interior.
Salgo de la cocina y atravieso el salón para observar las vistas desde la ventana. Son las tres de la tarde de un Domingo; por lo que no hay ni un alma vagando por las calles y sólo me puedo conformar con observar los tejados de las viviendas cercanas. Unos tejados con antenas a modo de metálicas cornamentas que me recuerdan la decoración de mi cabeza con la inestimable firma de mi mujer.
Entro al calor de la vivienda para regresar a la cocina y abro la nevera para ver lo que hay. A estas alturas me lo sé de memoria. Hay embutido, unos tomates, tres cebollas, cuatro huevos, una botella de leche y la cabeza de mi mujer sobre una preciosa bandeja plateada. El resto de su cuerpo ocupó por completo los cajones del congelador.

martes, 16 de febrero de 2016

MANIFIESTO de Javier Moguel Moguel

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“Llevábamos demasiado tiempo sufriendo (…) Yo siempre había dicho que todo explotaría el día en que alguien estuviera lo suficientemente enfadado. Las cosas están mal, sí, pero nos habíamos acostumbrado. Llevan complicándose 20 años, despacio, paso a paso, y sin darnos cuenta la miseria se ha convertido en nuestra forma de vida. (...)Ese día, los pocos cimientos que quedan de la sociedad que fuimos, se convertirían en escombros, y al día siguiente, en las cenizas de los escombros. Ese día ha llegado. ” 

Luca Boison, “Apocalipsis”, 2026 

¿Qué pasaría si dentro de diez años no sólo no hubiéramos sido capaces de salir de la crisis, sino que se hubiera acrecentado hasta límites asfixiantes? 
¿Y si existiera alguien lo suficientemente enfadado con el mundo como para escribir un texto demoledor para el alma humana? 
Javier Moguel lanza su ópera prima donde nos dibuja un mundo que baila sobre la línea de la autodestrucción en el que Mada, un joven que sólo ha conocido el sufrimiento en su vida, acabará por escribir un texto lo suficientemente cierto como para hacer temblar los cimientos de todo lo que nos convierte en seres humanos. 
Una historia donde el amor y la aventura se toman de la mano para mostrarnos el final de la humanidad. 
¿Estás preparado para conocer el final de esta historia?


martes, 9 de febrero de 2016

Venganza en la Granja


El día que mi amo me dejó a cargo de la vigilancia de sus tierras, fue el primer y el último día que se dignó a dirigirme la palabra. Cuando no estaba demasiado ocupado con las labores agrícolas, se ausentaba durante horas o permanecía sentado en el porche con algún miembro de su familia.
Su mujer solía observarme con recelo, mientras sus hijos me mantenían la mirada con sus grandes ojos burlones y sus sonrisas bobaliconas. Los odiaba. Ahora sé que no tenía derecho a hacerlo, pero los odiaba de verdad.
No sé cuanto tiempo hubiera sido capaz de aguantar bajo aquellas circunstancias; pues una tarde de otoño mi amo le regaló una escopeta a su primogénito, desencadenando la tragedia que aconteció unas horas más tarde. Padre e hijo practicaron puntería utilizando como blanco una lata de refrescos; pero mi amo pronto se cansó de disparar y regresó al calor del hogar, mientras que el crío ya había decidido su nuevo objetivo.
El primer disparo atravesó la pernera izquierda de mi pantalón y el segundo hizo brotar una parte del contenido de mi pecho. Poco faltó para que el tercer proyectil me volara la cabeza y el cuarto nunca llegó, pues su madre le llamó para que se lavara las manos antes de cenar.
Cuando la mujer me miró, no hubo drama por mis prendas rotas, ni por mi pobre cuerpo maltrecho. Tan sólo hubo risas en forma de graznidos por parte de los cuervos.
Al caer la noche llegó el agua en forma de lluvia y las aves se marcharon que buscar cobijo; por lo que la triste sensación de abandono crecía en mi interior, desatando la ira contenida. Una ira que me dio fuerzas para librarme de los tablones de madera que me habían mantenido crucificado durante tanto tiempo.
Tras dar mis primeros pasos, caí de rodillas contra el suelo permitiendo que el barro formado por la lluvia se adhiriera en mis maltrechos pantalones. Me puse en pie y me dirigí con mi torpe caminar hacia el granero, donde tomé la guadaña de mi amo y proseguí caminando hasta el interior de la granja, donde decapité con sigilo y sin piedad a todos sus inquilinos.
Cuando el cartero llegó junto al buzón de la linde del camino, halló a este desdichado espantapájaros con sus ropas manchadas de barro y sangre en lo alto de su cruz; y una terrible escena en el interior de la vivienda que sin duda le hizo vomitar.