Rull
odiaba el invierno como sólo un ghoul podía odiar un invierno
cualquiera. Y es que los ghouls suelen odiar muchisimas cosas; como
pasar frío, el crujir de la nieve al ser compactada bajo sus patas
traseras y el tener que buscar algo para llevarse a la boca cuando
todos los animales del bosque dormitan en sus madrigueras.
Si
hubiera podido elegir, hubiera preferido encontrar el cadáver de un
ser humano de edad adulta; pues no sólo le resultaría todo un
manjar, si no que también le proporcionaría alguna prenda de vestir
y algún que otro objeto brillante para su colección.
Por
desgracia no ululaban los vientos a favor de los ghouls, pues los
seres humanos habían tomado por costumbre prolongar su esperanza de
vida de una forma alarmante. Atrás habían quedado los tiempos en
que se podía merodear por cualquier cementerio rebosante de
cadáveres. Atrás habían quedado los tiempos en que se podía
elegir entre aquellos funestos menús.
Rull
era un depredador perezoso; pues prefería que la muerte se llevara
el alma de sus victimas, antes que tener que perseguir una presa de
corazón latiente. Por eso, cuando encontró a una niñita rubia de
aspecto febril y con la carita llena de mocos en mitad del bosque, se
ocultó entre unos matorrales cercanos y esperó a que falleciera por
sí misma.
Pero
la niñita parecía aferrarse a la vida como el más bravo de los
guerreros; por lo que perdiendo la paciencia caminó hacia ella con
sigilo, la tomó entre sus zarpas delanteras con sumo cuidado y se la
llevó a su madriguera.
Lejos
de fallecer, la niñita parecía recuperarse al calor de aquel
refugio; por lo que Rull comenzó a deambular de un lado para el otro
ante la atenta mirada de la cría.
La
niña no emitió sonido alguno mientras lloraba, ni clamó a los
cuatro vientos su derecho a ser rescatada; por lo que Rull estaba
completamente perplejo. Hubiera podido desgarrar su yugular de un
sólo bocado, estrangularle o arrancarle el corazón de un sólo
zarpazo; pero sin saber muy bien por qué, decidió tumbarse en su
lecho de hojas mustias y al cabo de varios minutos fingió estar
profundamente dormido.
Cuando
la niñita al fin se marchó derrochando cautela, Rull se incorporó
lentamente de su lecho y emitió un prolongado lamento similar a una
sonora risotada.
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