–¿Cómo
que llegarás tarde? –le
pregunto su mujer a través del celular –.
¡No puedes llegar tarde a la fiesta de cumpleaños de tu sobrina!
–Lo
siento mucho, cariño –respondió
Alfonso mientras su auto avanzaba lentamente por el carril central de
la autopista –.
Ha ocurrido un accidente y se ha producido un atasco que apenas me
permite avanzar un metro cada minuto. Dile a mi hermana que me guarde
un trozo de tarta.
Tras
varios segundos de silencio desde el otro lado del aparato, descubrió
que el teléfono no recibía señal alguna.
En
circunstancias normales habría llegado en cuestión de unos minutos
a su destino, pero a causa de la situación dada se demoró más de
media hora, pulsó el timbre de la vivienda y ensayó su mejor mueca
lastimera.
–¿No
decías que ibas a llegar tarde? –le
preguntó su hermana pequeña nada más abrir la puerta.
–¿Cómo?
–preguntó
Alfonso a causa de la confusión, pues pudo comprobar que las
botellas de bebidas y las bandejas de canapés estaban aún sin
estrenar –¿No
habéis querido comenzar la fiesta sin mí?
–¡Pero
cómo va ha empezar, si sólo has tardado cinco minutos en llegar!
–le
abordó su mujer, mientras le oprimía los carrillos con ambas manos
a modo de reprimenda.
La
fiesta de cumpleaños comenzó con total normalidad, aunque Alfonso
no paraba de buscar en su mente una explicación lógica al desfase
temporal experimentado. Sentía la necesidad de fumar, pero desde
hacía meses sólo podía hacerlo a espaldas de su mujer; por lo que
utilizó una excusa para ir a buscar en plena noche un cajero
automático para sacar dinero y pagar con él un paquete de tabaco.
La
primera máquina expendedora que encontró le ofreció con total
normalidad el billete deseado; pero al querer guardarlo en su
cartera, halló otro billete del mismo valor. Un billete con el que
no contaba. Un billete que de ninguna manera debía estar en su
posesión.
En
el bar de la esquina compró un paquete de Fraisal
Best y
se fumó dos cigarrillos seguidos. Y aunque apenas lograron calmar su
desasosiego, regresó junto a su familia hecho un manojo de nervios.
–Cariño,
tienes mala cara –le
informó su mujer –.
¿Quieres que regresemos a casa?
Alfonso
negó repetidas veces con la cabeza; pero ante la presión de sus
familiares, le entregó las llaves del auto a su mujer.
–Vamos,
cielo. Cuéntame que te ocurre –le
insistió ella mientras manejaba el volante.
Alfonso
le explicó sus temores durante el trayecto; y al llegar al hogar,
buscó refugió entre las sábanas.
–¿Te
imaginas que fuéramos el producto de una mente perversa? –le
preguntó su mujer mientras yacía tumbada a su lado.
–¿Y
si fueramos el resultado de una simulación fallida? –replicó
Alfonso mientras acariciaba el cuchillo que previamente había
escondido bajo su almohada.
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