jueves, 15 de octubre de 2015

Una noche lluviosa cualquiera


En aquel momento de incredulidad, me pregunté por qué mi automóvil me obligaba a mirar hacia la inmensa oscuridad que reinaba más allá del pavimento de la carretera. La lluvia seguía tamborileando contra la carrocería, al igual que en los minutos anteriores cuando aún me dirigía hacia mi domicilio tras finalizar una jornada laboral intensa; pero por algún motivo que no lograba recordar, mi auto se hallaba detenido en aquel lugar y en aquella posición tan poco prometedora.
Poco a poco comencé a recordar cómo dos esferas luminiscentes que se habían dirigido hacia mi posición, justo en el instante en que el vehículo dejaba de obedecer mis instrucciones. Las esferas se tornaron dos potentes haces de luz que me cegaron sin piedad y mi auto sufrió una estruendosa sacudida que provocó que todo a mi alrededor comenzara a girar como si estubiera inmerso en una funesta pesadilla.
Sin duda estaba tratando de negar la realidad, pues en el fondo sabía que mi automóvil había sufrido un fuerte impacto al chocar contra el vehículo que circulaba por el carril del sentido contrario.
Nada más exponerme bajo la lluvia, me obligué a ignorar los daños sufridos en mi propio automóvil y me dirigí hacia el otro vehículo para interesarme por el bienestar de sus ocupantes. Se trataba de un auto de gama alta que a priori parecía estar en buen estado; pero al aproxiarme a la ventanilla del conductor reparé en que la zona del guardabarros estaba completamente aplastada y que el eje delantero debía estar destrozado, pues la rueda de aquel costado reposaba en un ángulo de unos treinta grados respecto al suelo.
A través de la ventanilla hallé al conductor, que parecía haber perdido el conocimiento o algo peor. Intenté abrir cada una de las puertas para acceder a su interior, pero todas permanecían bien cerradas; así que busqué desesperadamente una piedra de gran tamaño para romper el cristal de alguna puerta, quitar el seguro y así poder asistir al fin a aquel hombre.
Renuncié a la búsqueda al llegar un coche patrulla de la policía y corrí hacia los agentes que salían de su interior. Ignorando mis balbuceos, los dos agentes decidieron tomar caminos separados para inspeccionar cada uno de los vehículos siniestrados; por lo que caminé tras los pasos del agente que se dirigía hacia mi auto, mientras insistía en decirle que no hacía falta inspeccionarlo, pues no hallaría a nadie en su interior y que más le valdría socorrer cuanto antes al otro conductor.
Estaba completamente equivocado. Juntos hallamos lo que otro hora había considerado mi cuerpo, aunque no podía comprender por qué podía contemplar aquella escena desde mi perspectiva.
Mientras el agente accedía al interior de mi auto, las piezas comenzaron a encajar en mi mente, dando un nuevo sentido a mi estado de confusión y al hecho de que los agentes me hubieran ignorado de aquella manera tan contundente. Tras comprobar la ausencia de constantes vitales en mi cuerpo inerte, el agente se reunió con su compañero y gracias al intercambio de información que mantuvieron pude saber que el otro conductor continuaba con vida.
Al llegar los sanitarios, los agentes se hicieron a un lado para no molestar y junto a ellos pude observar como conseguían extraer el cuerpo inerte del otro conductor del interior de su vehículo y lo colocaban en una camilla con suma eficiencia. La lluvia caía sobre el impasible rostro del moribundo, mientras un sanitario le colocaba una mascarilla de respiración asistida. Tras cubrir al moribundo con una gruesa manta, el resto de los sanitarios le trasportaron hasta el interior de la ambulancia sin que yo supiera a qué hospital pretendían llevárselo. Sólo podía observar como la ambulancia era conducida más allá de la siniestra oscuridad, con todas mis esperanzas puestas en que aquel hombre sobreviviera a sus heridas. Aún no estaba preparado para confesar al espíritu de aquel hombre que el accidente había sucedido por mi culpa, por no haber respetado el limite de velocidad.