martes, 30 de agosto de 2016

Tres son multitud

   –¡Madre, me voy al cine municipal con Asunción! –dijo Pelayo una vez arreglado. 
   –Pues haz el favor de llevarte a tu hermano, que tengo que ir a la peluquería a que me pongan los rulos y tu padre no llegará a casa hasta las diez –le exigió Dorotea sin esperar respuesta alguna. 
   Pelayo salió de su casa sujetándole la mano a su hermano y juntos caminaron hasta llegar al portal de Asunción; si no era la chica más guapa de la clase, sin duda era la más simpática. 
   Al salir del portal, Pelayo la descubrió radiante. Portaba unos zapatos de charol sobre unos calcetines blancos de encaje, una falda de color azul marino decorada con  coloridos estampados, un fino jersey a juego y una chaquetilla de punto blanca como la nieve. 
   El plan de besar a Asunción se sujetaba por un hilo que tal y como predijo Pelayo se cortó cuando el niño decidió sentarse entre ambos. A pesar de ello, cuando por fin se apagaron las luces y se puso en marcha el proyector, Pelayo extendió su brazo y logro depositarlo sobre el hombro de la muchacha con el fin de hacerle entender que nada ni nadie lograría interponerse entre
él y el amor de su vida.

                                                                                                    Por cortesía de: Fénix y Jordi Clavero

sábado, 6 de agosto de 2016

Una agonía silenciosa


   Los pájaros más madrugadores anuncian con sus alegres cantos un nuevo amanecer. En cuestión de minutos él llegará hasta mí, dedicándome tiernas palabras de amor y destilando alcohol a través de sus poros. Ya no me engañará más, acabará haciéndome daño como en todas y cada una de sus visitas. 

   Ya está aquí. Me observa con mirada critica mientras empuña sus tijeras de podar en una mano y una gran bolsa de basura en la otra. Entre halago y halago canturrea una canción dedicada a su nuevo amor, una tal Salchipapa. 
   Un corte por aquí y otro corte por allá y me anuncia que me está dejando como nueva, mientras unas gotas de sudor caen desde su despejada frente sobre mí. Quisiera gritar de dolor y huir lejos, muy lejos de aquí, pero no puedo. 
   Al acabar la faena el jardinero recoge uno a uno los miembros amputados, que aún vierten mi savia perdida, y se encamina hacia una nueva víctima. Mis heridas curarán y mis ramas crecerán, y un nueva agonía silenciosa comenzará de nuevo.