viernes, 20 de marzo de 2015

La Torre de Marfil

Como cada mañana al despertar, Don Jacinto contempló durante unos instantes la fotografía de su difunta esposa que reposaba sobre la mesita de noche; y tras reunir las energías necesarias, se calzó los pies con sus viejas zapatillas, se puso en pie y se refugió bajo un grueso batín de cuadros escoceses.
Tras unos minutos de trajín en la cocina, se sirvió un sencillo desayuno que consistía en un pedazo de pan, un par de lonchas de embutido y un vaso de leche, que más tarde le ayudaría a ingerir la medicación matutina.
¡Me cago en diez! exclamó con la boca llena ¡Este pan no sabe a nada! –. y tras conseguir ingerir el contenido de su boca, añadió ¡Es que no hay derecho!, ¡Esta gentuza del gobierno se han empeñado en prologar nuestra existencia a base de rebajar nuestra calidad de vida!
Como aquel arranque de mal humor formaba parte de su vida cotidiana, terminó de desayunar con desgana y se dirigió hacia la terraza de la vivienda, ya que disfrutar de las vistas solía calmarle los ánimos de igual manera que el mejor de los fármacos.
El mayor atractivo del paisaje consistía, según Don Jacinto, en un edificio ubicado en las afueras de la ciudad, que sobresalía del resto de edificios al igual que los campanarios de las iglesias cercanas. Una gran mole construida con materiales cálidos, que a diferencia de aquellos templos religiosos, el anciano no conocía el motivo por el cual había sido edificada.
A pesar de la permanente incógnita, la visión de aquel edificio solía proporcionarle cierto bienestar. Aunque aquel día resultó ser muy diferente a todos los demás, pues en aquel momento sintió la imperiosa necesidad de conocer el cometido por el cual había sido construido; así que no tardó en regresar al calor del hogar para realizar los preparativos oportunos para personarse en aquel extraño lugar.
Necesitó tomar el transporte de línea y caminar varias manzanas antes de hallarse frente al edificio, que, desde sus inmediaciones, no le resultaba ni tan bello ni tan cálido como siempre le había parecido desde la distancia. Frustrado, al no hallar indicio alguno de lo que podría albergar en su interior, se introdujo en él por la puerta principal.
De repente se encontró ante una amplia recepción de blancas paredes, decorada con un mobiliario de idéntico color. Camuflada entre tanta blancura, una joven recepcionista se descubrió ante el anciano al ir a atenderle.
¿En qué podríamos ayudarle? le preguntó con voz serena.
La presencia de la mujer hizo desaparecer todo el ímpetu de Don Jacinto, haciendo inapropiada cualquier pregunta descortés, por lo que al pobre anciano no le quedó más remedio que improvisar.
Me preguntaba si podría subir a la azotea para contemplar las vistas. Seguro que son esplendidas.
La mujer no mostró signos de sorpresa tras recibir tan singular petición, al contrario, le obsequió con una amplia sonrisa antes de hablar.
Con sumo gusto le complaceremos. Aunque primero deberá acompáñeme hasta el mostrador, pues tendrá que rellenar nuestro formulario para oficializar la ocasión. Mientras tanto llamaré a uno de nuestros empleados para que le haga de guía.
Apenas pudo leer el formulario antes de tener que entregárselo completado, pues no tardó en llegar un hombre vestido de blanco y de rasgos refinados que le condujo hasta un ascensor que los llevaría directamente a la azotea.
Una vez en el exterior, mientras Don Jacinto contemplaba las vistas con regocijo, unos operarios colocaron a escasos metros un par de tumbonas y una mesa plegable culla superficie no tardaron en cubrir con múltiples delicias gustativas.
¿Desea algo de comer? le preguntó su guía.
No, muchas gracias le respondió Don Jacinto.
¿Un poco de vino o una copa de champán, quizá? insistió su estirado acompañante.
Un vasito de vino, por favor aceptó el anciano, sorprendido por todo el despliegue de atenciones recibidas.
Sin previo aviso comenzó a sonar una suave y dulce melodía a través del conjunto de altavoces que habían dispuesto los fornidos operarios por toda la azotea, la cual no tardó en inquietar al pobre anciano.
Creo que ya va siendo hora de marcharme anunció Don Jacinto, deseando que su guía no le pusiera ningún reparo.
Por supuesto. Túmbese un rato, si lo desea, pues calculo que en unos minutos ya se habrá marchado le sugirió su acompañante, señalando la tumbona más cercana.
El anciano, confuso por la extraña sugerencia, dejó su copa de vino sobre uno de los posavasos que encontró sobre la mesa, en los que rezaba el siguiente mensaje: Centro de eutanasia Torre de Marfil. Decida con nosotros cuándo y cómo abandonar este mundo

2 comentarios:

  1. Inquietante final el que das, resulta interesante como nos haces ver que aquello que le daba sosiego en la lejanía, finalmente pueda ser lo que le lleve a la tumba. Lo imaginé como un curioso cruce entre UP y "Abre los ojos". Incluso pensé que podría transformarse en comedia si nos contaras como va el anciano a salir de allí.
    Gracias por el rato.

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    1. Cuando cree este relato tenía en mente la película "Cuando el destino nos alcance" (no he leido el libro, pero no me importaría) y el relato de Robert Block "la sombra que huyó el capitel". Lo del sosiego fue cosa mía XD

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